Cuando yo era niño y volvía de la escuela en Mar del Plata, cada mediodía, ponían en la tele un microprograma con sus trucos. Fue uno de los héroes de mi infancia, y el único real, no dibujado por una mano ajena. Con el aprendí que la astucia es la virtud suprema, y que la imperfección es la ruta a la excelencia.